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 CARTA DE SAN IGNACIO A LOS JOVENES

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lbarrios
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MensajeTema: CARTA DE SAN IGNACIO A LOS JOVENES   CARTA DE SAN IGNACIO A LOS JOVENES Icon_minitimeVie Ago 03, 2007 3:21 pm

Ante todo, Dios.
Estimado joven:

Casi no me atrevo a escribirte. Yo, Ignacio, soy un viejo y tú eres joven. Yo viví en el tránsito de la edad media a la edad moderna, tú vives en plena modernidad y postmodernidad.

En mi tiempo se vivía una fe tradicional, un cristianismo que pasaba de padres a hijos. Y aunque nuestra vida, mi vida de joven, no estaba de acuerdo con la fe recibida, nunca dudábamos de la existencia de Dios. Ser cristiano era algo connatural, que no se discutía. Todos blasonábamos de la pureza de la fe y estábamos convencidos de que fuera de la Iglesia no había salvación. Era la época de Cristiandad, de las cruzadas, la inquisición y del proselitismo religioso. Yo estuve a punto de matar a un moro porque cuestionaba de la virginidad de María. Mi compañero Francisco Xavier recorrerá un día la India, las Molucas y el Japón para anunciar el evangelio, pues le angustiaba pensar que sus habitantes se condenarían si no se les bautizaba y entraban en la Iglesia.

Hoy todo es diferente. En el Viejo mundo europeo y en general en el llamado Primer mundo, se vive una profunda crisis religiosa: descristianización, gente que abandona silenciosamente la Iglesia, indiferencia religiosa, agnosticismo e incluso ateismo, aunque tal vez no tan extenso ni militante como en años anteriores Se habla de eclipse de Dios, de silencio de Dios, de noche oscura de la fe, de muerte de Dios. Por otra parte, el hecho que el Vaticano II afirmase que puede darse salvación también fuera de la Iglesia, ha llevado a muchos a creer que todas las religiones son iguales y que no es necesario anunciar el evangelio. Pero, aunque ciertamente se da una crisis de las instituciones religiosas, también de la Iglesia, sin embargo está surgiendo en muchos un interés creciente por la mística y por conocer las riquezas espirituales de las otras tradiciones religiosas. El corazón humano, en el fondo, no puede vivir sin un horizonte trascendente de sentido.


Vivimos en un mundo globalizado, donde no hay islas culturales ni religiosas, los medios de comunicación nos hacen llegar los problemas y dificultades de todo el mundo moderno secularizado. Cada vez es mayor el número de los católicos que no son practicantes, crece el número de los indiferentes, surgen muchos cuestionamientos sobre la Iglesia, la fe y el mismo Dios, sobre todo entre los jóvenes. Muchos se preguntan ¿no será todo esto de la fe y de la religión un engaño, una tradición que no resiste a la crítica de la modernidad ilustrada? ¿ no será la religión una droga para adormecernos y nos resignemos a la situación de la pobreza, esperando un cielo futuro? ¿Qué decir de los escándalos de la Iglesia, los del pasado y los del presente? ¿Por qué Dios calla ante tanta injusticia y permite calamidades como los terremotos, tsunamis, huracanes…? ¿Por qué la religión, en lugar de ser fuente de paz, se convierte actualmente en raíz de conflictos, de fanatismos, fundamentalismos y de terrorismo, como el del 11 de septiembre? ¿Qué pensar de las diferentes religiones?

Pero muchos ni siquiera se plantean estas cuestiones, sino que viven tan abocados a la lucha por la vida de cada día, que casi no se interrogan sobre el sentido de la vida ni sobre cuestiones de fondo. Muchos jóvenes están interesados solamente en pasarlo bien, en disfrutar de la vida mientras son jóvenes: el vértigo del fin de semana, la atracción de la noche, el entusiasmo por los conciertos de rock que llenan los estadios, la bebida, el deporte, la última moda del calzado y del vestido, las chicas, los tatuajes, el deseo de vivir el estilo de vida norteamericano que nos presentan la TV, los DVD, internet…

En este contexto, a muchos jóvenes no les interesa oír hablar de Dios porque les parece una cosa del pasado, de viejos, algo moralizante y lleno de prohibiciones, que coarta la libertad. Prefieren vivir la vida al día, manteniendo todo lo más algunos ritos y costumbres tradicionales, más como folklore que como una vivencia religiosa que transforme realmente su vida. Algunos buscan la respuesta a sus interrogantes en la nebulosa esotérica de la New Age..


¿En cuál de estos grupos te sientes reflejado tú?


Cuando veo a los jóvenes de hoy, me acuerdo de mi compañero Francisco Xavier que en París sólo pensaba en ser famoso en el deporte, en los estudios, buscar honores y llevar una vida placentera. Yo le recordaba aquello del evangelio que de qué sirve ganar el mundo si uno se pierde a sí mismo. Pero él no me escuchaba…

Pero antes de hablar de Xavier, quiero hablarte de mi mismo. Yo, de joven, llevaba una vida totalmente mundana y disipada, incoherente con mi fe, sólo buscaba pasarlo bien, tener honores y triunfar en la vida de la corte y de la política. Pero, de repente, un hecho inesperado cambió mi vida.

Fue una herida en la pierna mientras luchaba en Pamplona contra los franceses, luego una larga y dolorosa operación sin anestesia, una forzada convalecencia en Loyola mi tierra natal y unas lecturas ocasionales sobre la vida de Cristo y de los santos, las que transformaron el rumbo de mi vida. De pronto, en medio de mi situación de debilidad, de mi experiencia de finitud y de pecado, se me abrieron los ojos y descubrí otra dimensión en la vida.

Es difícil que te lo pueda expresar con palabras, pues las experiencias profundas no se pueden comunicar, son inefables. Me abrí a un horizonte antes desconocido por mí, experimenté que la realidad tenía una dimensión profunda, me hallé ante el Misterio, un Misterio absoluto y sin orillas, que me envolvía completamente, pero que desbordaba mi vida entera, del nacimiento a la muerte, abarcaba toda la historia de la humanidad y de la misma creación cósmica. Este Misterio, fascinante y tremendo, se me manifestaba como un hogar, como una casa paterna, como un seno maternal, un espacio de acogida benevolente, un abrazo amoroso, como luz y fuego que me iluminaba y calentaba, una guía que daba sentido a mi vida. No me sentía perdido, ni náufrago en medio de los oleajes un mundo absurdo, sino amado, querido, perdonado, llamado a orientar mi vida a este Misterio último, que experimentaba como principio y fin de mi vida y de todo cuanto existe. A este Misterio me entregué totalmente.

Este Misterio fontal de toda vida y de la existencia es lo que llamamos Dios. Cada religión le da su nombre peculiar, pero en el fondo todas las religiones coinciden en esta experiencia espiritual común del Misterio insondable.

Para mí y para todos los cristianos, esta experiencia espiritual está estrechamente vinculada a la persona de Jesús de Nazaret, a su vida, muerte y resurrección. Jesús, precisamente, nos revela que este Misterio absoluto no es simplemente el Ser Supremo o la Causa de todo, sino su Padre y nuestro Padre y que es su Espíritu es quien nos comunica vida y su amor. Desde esta experiencia fundante comprendí que lo que dicen los evangelios y las Escrituras, lo que recitamos en el Credo, no son simples verdades abstractas, sino vida, experiencia, luz y fuego que quema el alma. Por esto yo decía que aunque desapareciesen las Escrituras, yo no dejaría de creer…

Toda mi vida se alimentó de esta honda experiencia que fue creciendo con el tiempo: de Loyola a Manresa, de Manresa a Jerusalén, de Jerusalén a Barcelona, de Barcelona a Alcalá, de Alcalá a Salamanca, de Salamanca a París, de París a Roma. Este Misterio lo fui viviendo desde una mística trinitaria, como una profunda comunión con el Padre de Jesús, en el Espíritu. Jesús me daba acceso al Padre y el Padre me ponía con su Hijo. La celebración de la eucaristía era, al final de mi vida, el momento fuerte de esta vivencia mística espiritual. Casi pierdo la vista de tantas lágrimas…

Pero esta experiencia profunda del Misterio no me encerró en mí mismo, ni derivó en una mística de ojos cerrados, sino que me abrió a toda la creación y a toda la historia, porque toda ella estaba llena de la presencia de este Misterio. Dios es a vez lo más íntimo y lo más trascendente. Por esto desde el comienzo comencé a comunicar a otros esta experiencia de Dios y a formar un grupo de amigos en el Señor que quisiesen ayudar a los demás y buscar la mayor gloria de Dios. Al principio el grupo no cuajó, pero en París, al encontrarme con Francisco Xavier y Pedro Fabro, surgió el núcleo de la futura Compañía de Jesús. A este núcleo se fueron añadiendo luego otros compañeros. El fuego interior que quemaba mis entrañas comenzó a incendiarlo todo, buscando extender la gloria de Dios.

Cuando miraba el discurrir hondo de un río en Manresa, cuando servía a los enfermos en Alcalá, cuando estaba en la cárcel de Salamanca, cuando viajaba a solo y a pie por toda Europa, cuando en Roma contemplaba las estrellas desde mi azotea, enviaba a mis compañeros a todas las partes del mundo, acompañaba a las prostitutas por las calles de Roma, cuando escribía las Constituciones de la Compañía… experimentaba la presencia de este Misterio, que se hacía carne e historia en mi vida. Contemplaba a Dios en todas las cosas.

Por esto cuando escribí los Ejercicios Espirituales comencé diciendo que el Principio y fundamento de todo es sólo Dios. Y acabé diciendo que Dios trabaja en todas las cosas, que toda nuestra vida debe consistir en amar y servir a Dios y que nos basta su amor y su gracia.

Y cuando redacté el proyecto o Fórmula de la Compañía de Jesús, dije que los miembros de la Compañía debían procurar tener ante los ojos mientras viviesen, “ante todo, Dios”. Por esto toda la Compañía se orienta a la mayor gloria de Dios.

Quizás todo esto te parezca lejano o abstracto. En realidad es algo muy concreto, la mística se abre al servicio, la gloria de Dios consiste en que todos tengan vida y vida en abundancia, en ayudar a los demás. La Compañía de Jesús ha ido reformulando su misión a través de los siglos en lenguajes más contextualizados. Hoy esta pasión por la gloria de Dios se traduce en la lucha por la fe y la justicia, en la relación entre fe y culturas y en el diálogo inter-religioso. Pero en el fondo no son más que actualizaciones históricas de una experiencia que está en el origen de todo: la experiencia de Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, experiencia de la Divina Majestad, del Creador y Señor. Por ser fieles a esta experiencia y pasión por Dios, los jesuitas han entregado su vida a Dios en el pasado y en el presente, muchos de ellos hasta derramar su sangre. Sin esta experiencia la vida de la Compañía no tiene sentido. La Compañía de Jesús se convertiría en una multinacional o en una mera organización empresarial, como la Coca Cola o la Toyota, si le faltase esta experiencia fundamental del Dios.

Volvamos a ti y a tu situación. Ha dicho hace algún tiempo un jesuita de Europa que los cristianos del siglo XXI o serán místicos o no serán cristianos. Podríamos añadir que en un mundo marcado por las diferencias sociales y económicas, los cristianos o serán místicos y profetas o no serán cristianos. Pero esta profecía se nutre de la mística: “ante todo, Dios”.

Sólo desde esta experiencia se podrán superar las dificultades que asaltan hoy también, sobre todo a los jóvenes. Dios no es un simple problema o un enigma o un interrogante, es un Misterio incomprensible, mayor que la técnica y el progreso, mayor que la creación, mayor que la historia, mayor que la Iglesia.

La tarea más importante de la Iglesia en el mundo de hoy es la de suscitar y fomentar esta experiencia profunda del Misterio de Dios. Esto es más importante que enseñar dogmas o dar normas de moral. Si no hay esta experiencia, ni el dogma ni la moral se sostienen. Lo que los jóvenes esperan de la Iglesia, aunque no lo sepan formular, es que les proporcione una experiencia del Dios de la vida.

Si se da esta experiencia profunda del Misterio de Dios, las dificultades que nos presentan el mundo moderno secularizado y consumista, el mal del mundo o los escándalos de la Iglesia, aunque no desaparecen, ciertamente se relativizan y encuentran un camino de solución. Dios se convierte en fuente inagotable de vida, la Iglesia en un acontecimiento de comunión y la misión en un verdadero Pentecostés.

Desde esta experiencia, la lucha por la justicia no será simple ideología, ni el diálogo con las culturas y religiones derivará en prepotencia o en relativismo. Antes de discutir teológicamente con las otras religiones es preciso comunicar nuestra experiencia espiritual cristiana y enriquecernos con todo lo que el Espíritu del Señor ha hecho suscitar en otras culturas y religiones. A través del diálogo hemos de ponernos de acuerdo en que todas las religiones deben contribuir a la paz del mundo, a la defensa de los derechos humanos y a la salvaguardia de la creación. El Dios de todas las religiones es el Dios de la vida, no de la muerte y destrucción.

Yo te invito a que busques y pidas al Espíritu el poder llegar a esta experiencia profunda del Misterio de Dios, que es la única que dará sentido a tu vida, la que te hará feliz, con una alegría desbordante que viene de arriba y nunca se acaba. Bebe de tu propio pozo interior, contempla la creación y la historia, conoce la historia de las religiones, lee las Escrituras, profundiza en los místicos cristianos de la Iglesia de Occidente y de Oriente y ante todo, haz oración al Padre para que te conceda el Espíritu de Jesús.

Yo, modestamente, te sugiero que hagas la experiencia de los Ejercicios Espirituales, en sus diversas formas, pero, eso sí, siempre con la ayuda de alguien más experimentado que te pueda iniciar en este itinerario. Gracias a la experiencia de los Ejercicios en París, Francisco Javier se convirtió de joven mundano en el gran apóstol y evangelizador del Oriente y Pedro Fabro encontró la paz y el sentido de su vida y llegó a ser, con el tiempo, un maestro de discernimiento y de diálogo espiritual.

Yo, que ya he pasado de esta vida terrena a la vida definitiva y ahora contemplo gozoso y sin velos el Misterio absoluto de la gloria de Dios, te puedo garantizar que todo esto que te he dicho es verdad y que vale la pena gastar la vida al servicio de un Señor que nunca muere. Reflexiona, ora y déjate llevar adonde el Espíritu te conduzca. “Ante todo, Dios”

Pobre en bondad
:
Ignacio de Loyola.

En todo Amar y Servir A Mayor Gloria de Dios
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